Cuento de "La niña en el desván" (Parte 7):
Ella le dijo "a lo mejor ha estado mal que te pida la cadena, porque ahora no dejas de
rascarte". (Aunque en realidad ella sabía que estaba mal incluso antes de pedirla y sin que
hubiera habido ningún daño colateral). Pero ella hacía siempre lo que quería hacer y eso la convertía en alguien tan especial que no se le podía reprochar nada, que no se le podía castigar como a una niña que ha hecho bailar a una muñeca (o muñequita) con la melodía de una canción de miedo para asustar a los demás... al ritmo de cualquier cornetín... al ritmo de cualquier beso imaginado... al ritmo de cualquier cintura torcida danzando, sacando y metiendo alfileres en el cuerpo de la muñequita para dar cada vez más miedo, para marcar las pupilas cada vez más, para mantener cada vez más las distancias, para provocar el grito, para lanzar un plato al suelo y sentir los trozos que estallan y te cortan los pies. Los pies, claro... porque en la cueva siempre se va descalzo.
A él le gustaba el picante y a ella también. Era la única cosa que él disfrutaba más que
ella porque a él le gustaban las cosas desde el dolor y a ella no. A ella, lo que le gustaba,
le gustaba mucho. Mucho muchérrimo. Casi todo era fantabuloso para ella. Y así es más
fácil vivir. Así es más fácil salir alguna vez de la cueva.
Él, algunas veces, pensaba que ella tenía tantas cosas en la cabeza que no tenía sitio para ser feliz. Aunque no sabía por qué lo pensaba porque ella siempre parecía feliz... y entonces pensó que ella solo era infeliz en su cabeza, no en la de ella. Eso le dio miedo pero a la vez le gustó. Él quería que ella fuese feliz para siempre. Incluso aunque llegara el día en que no estuvieran juntos. Entonces él le dijo por fin: "te quiero, y si algún día dejo de decírtelo quiero que sepas que te quiero como no he querido a nadie y además siempre te querré".
Ella contestó "siempre es demasiado tiempo".
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