¡Gracias, C. Crespo, por esta preciosa crítica en
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"Plusvalía de sentido, de emoción, de conocimiento, fue lo que aportó la joven violinista Ana María Valderrama al Concierto para violín y orquesta nº 1 en sol menor, Op.26, de Max Bruch en la primera parte del noveno concierto de abono de la Orquesta de Córdoba. Desde el arranque, concentrado y emocionante, la violinista madrileña sumió al auditorio en una especie de trance colectivo donde era imposible sustraerse a la manera en la que fue desgranando su parte frase a frase. La atención quedaba atrapada en una mágica red invisible, tal era el despliegue de magnetismo. El sonido de su instrumento, en el contexto inclemente de la acústica del Gran Teatro, no fue el más grande, pero sí el más humano. Su técnica, sobrada de agilidad y virtuosismo, estuvo en todo momento al servicio de los pliegues expresivos de la partitura. Una maravilla. Con estos mimbres, el Adagio tenía que ser, y fue, el núcleo dorado de la velada. Irreprochable igualmente el Finale: allegro enérgico, arrebatado, alegre, que, con la complicidad de la orquesta, llevó en volandas al público hasta la ovación final. Con el pirotécnico final de los Aires Bohemios de Sarasate y la abstracta Sarabande de la Partita I de Bach quiso la violinista madrileña agradecer al público su enloquecimiento"
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