Voy a contaros una historia. Esta es mi abuela Angelita cuando tendría mi edad. Pasé la infancia más feliz posible junto a ella y junto a mi abuelo Antonio y aunque ya no estén, siguen siendo una parte esencial de mi vida 🤍
Recuerdo que cuando mi abuelo falleció, el golpe y la soledad fueron tan fuertes que mi abuela empezó a sufrir demencia. Entonces, curiosamente, mis sueños con ella también cambiaron. Fue demasiado duro para todos nosotros ver cómo aquella mujer iba convirtiéndose poco a poco otra vez en una niña. En mi cabeza empezaron a cobrar más nítidez los recuerdos tristes, los momentos en los que ya no me hablaba ni me reconocía. Empecé a tener más presentes y más recientes los días, las semanas y los años en los que sufrió esa terrible enfermedad que te pierde a ti mismo. Me esforzaba por hacer con ella fichas de escritura y por preguntarle cosas para evitar que olvidara. Le enseñaba fotos de mi abuelo, a quien nunca olvidó del todo. Entonces, pasó lo de los sueños. Cuando soñaba con ella mi cerebro imaginaba que su casa era de cristal y yo la veía desde fuera deambular de un lado a otro, cogiendo objetos, extrañada, sin saber qué hacer. Yo llamaba al timbre, ella se acercaba a la puerta y me miraba a través del cristal pero no me abría, no me conocía, ya no. Yo lloraba y gritaba, ¿Cómo podía ser eso siquiera posible? Recuerdo gritar: ¡Abuela, soy yo! ¡Soy tu nieta! Y ella sólo se encogía de hombros y se daba la vuelta. Otras veces, mi mente la representaba al final de una escalera muy alta, una escalera con un precipicio a ambos lados, sentada, sin moverse, con la mirada perdida. Yo no podía hacer nada, no podía alcanzarla ni ayudarla. Empecé a olvidar cómo era mi abuela antes de la enfermedad, empecé a quedarme con el recuerdo de algo que no la hacía justicia. Sólo después de que falleciera este año empecé a recuperar la nitidez de los recuerdos de la infancia, los recuerdos de esa mujer maravillosa que me contó tantos cuentos, que me enseñó tantas cosas y que me cuidó tantas veces, ahora intento aferrarme a ellos lo más fuerte posible. Por fin, cuando sueño con ella vuelve a hablarme y por un rato, por un sueño, vuelvo a tenerla conmigo.
Vengo a contaros otra historia. Este es mi abuelo Antonio cuando tendría mi edad 🤍 Sentado en algún banco de Suiza (después de tener que emigrar de España en la posguerra, con mi abuela) con un libro a su lado. Su padre tenía dos talleres de ebanistería que le clausuraron las derechas en el poder por ponerse de parte de los trabajadores en las revueltas. Al poco tiempo murió y mi abuelo quedó huérfano de padre a los 10 años. El dinero de la República no valía nada y lo perdieron todo. Entonces, tuvo que salirse del colegio para ponerse a trabajar en una fábrica. En un Madrid todavía acallado por el eco de las bombas, se subía atrás en el tranvía para no pagar, no por saltarse las normas, sino por necesidad. Alguna vez robó alguna naranja de algún puesto de fruta por hambre y como castigo le raparon en público. Creció en una España claustrofóbica y pese a no haber podido recibir una educación, fue autodidacta y siempre estuvo preocupado por mejorar su ortografía y su fluidez al leer, cosa que consiguió con creces. Aprendió el oficio de tornero mecánico y le ofrecieron un puesto fabricando balas, él lo rechazó diciendo: «No voy a trabajar fabricando algo que se va a llevar vidas por delante, ni por todos los francos suizos del mundo». Aun así, logró labrarse un pequeño porvenir antes de volver a España. Guardaba propaganda antifascista en casa durante la década de los años sesenta y más adelante se encerró en la fábrica con sus compañeros para pedir mejoras salariales y condiciones laborales dignas, arriesgándose así a ir a la cárcel. Al final todo salió bien. Lo recordaré siempre tan justo, con tanto talante, sin ningún miedo, enamorado hasta el tuétano de mi abuela, siendo un padre cariñoso y un abuelo entregado. Incluso cuando falleció, conocidos no tan cercanos le metieron alguna carta preciosa de despedida en el buzón de su casa. Abuelo, ojalá no te hubieras ido tan pronto, todos se acuerdan de ti. Y ojalá las personas fueran solo una décima parte de buenas y éticas de lo que fuiste tú. Eras sin duda nuestro pegamento, quien nos mantenía unidos, el gentleman de Madrid.
🌙 En la noche el pensamiento se deforma, la luna crea sombras chinescas que hacen que las cosas más familiares se vuelvan hostiles. Cuando el pensamiento está secuestrado por la amígdala, hasta las cosas más inverosímiles cobran un perfecto sentido y toman la forma de una amenaza inminente, perfectamente plausible. Yo, por mi parte, sigo teniendo miedo a la muerte, en especial a la muerte prematura y no sé si es algo que vaya a tener cura en mí.
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